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Mostrando entradas de junio, 2010

El llanto de una batería

Un escenario vacío. Las luces empezando a desprender calor. El brillo chispeante de los focos. El deslumbramiento de no ver el fondo de la sala. Una cerveza medio vacía a mi derecha. El compás de las canciones en mi cabeza. El ritmo de mi corazón cada vez más y más frenético. Un pie de micro medio tumbado. El backstage vacío. En mi reloj tres horas para empezar el concierto. La música nunca deja de sonar. Esté triste, esté contenta. No puede decidir cuando cambian los ritmos, los tiempos, cuando habla o grita de enfado. La música suena porque tiene que sonar, es su misión; y yo la interpreto porque es la mía, porque es lo único que sé hacer. Sólo faltaban tres horas para ese concierto y sabía que todas las canciones sonarían bajo el mismo patrón, bajo el mismo ritmo, bajo las mismas baquetas. Bajo el llanto de la batería. Bajo el sonido desgarrador de una huérfana de dueño. Bajo la mirada inquisidora de un grupo que sabe que no hay sustituto para empezar y terminar sus canciones. Bajo