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Mostrando entradas de octubre, 2010

Testigos de enamorados y amantes

Un poco más, y a lo mejor nos comprendemos luego. Busqué en el fondo de mis bolsillos cuatro monedas que lanzar en la gorrilla de aquel entrañable señor. Quizá no había tenido suerte en la vida, o teniéndola, no la había sabido aprovechar. Quizá era un enamorado de la vida que había dejado mujeres e hijos por cada puerto del mundo. Quizá ahogaba entre anises la mala suerte de enamorarse de una dama de la luna. Quizá su guitarra era la única compañera que le quedaba y la manera de ganarse la vida. Quizá, quizá. Siempre es quizá. Era un asiduo de la estación. Llegaba antes que yo y se iba cuando la noche había caído y los trenes eran testigos de enamorados y amantes. Se sentaba en la esquina de la cafetería. Justo en el límite de lo permitido por unos y otros. Sacaba su púa del bolsillo y la rasgaba entre susurros contra las cuerdas. Yo llegué a la estación, como cada viernes, cuarenta minutos antes de que saliera mi tren. Me quedaba viendo el panel con las horas y las vías y planeaba