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Mostrando entradas de agosto, 2011

El último halo de oxígeno que mantiene encendida la llama

Sonó la puerta con más energía de la habitual. Nadie suele aporrear la puerta de casa con los nudillos, y yo no suelo abrirla si siento que no debo hacerlo. Ese palpito tuve en el momento que escuché el crujido del roble bajo las manos de esa mujer. Al tiempo, un desgarrador grito hacía las veces de llamada. Gritaba. Lloraba. Gemía.                                            Yo, al otro lado, bebía entre cubitos de hielo el sabor dulce del ron viejo. Me levanté del sofá con toda la rapidez que permite llevar más de cuatro copas. Dejé el vaso sobre el suelo. Intenté calzarme las chanclas, aunque fue una tarea imposible. Pase al baño, cogí el albornoz y tape mi cuerpo desnudo. El pasillo se movía más rápido que mis pasos. A izquierdas. A derechas. Arriba. Abajo. Fui dando tumbos a la puerta de casa mientras la mujer seguía pidiendo mi auxilio. Sería yo la que necesitara su ayuda, aunque no podía hacérselo saber. Dudé si abrir la puerta. Creí conocer la textura de sus palabras y el sonid