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Mi novio de los domingos

Llegan las cinco de la tarde. Te pones los tacones y te pintas los ojos. Siempre negros. Suaves, aunque decididos. Con toda la expresión que tiene la vida y con todas las ganas de ese rato de la semana que te dan las sombras de ojos cuando las combinas a la perfección. Y coges su perfume preferido, porque todos los domingos son para él y te gusta dedicárselos. Te lo pones, y sabes que al llegar te dirá que hueles bien, porque lo lleva haciendo dos años y no debe cambiar nada en esa tarde. Aparcas el coche y notas esa inseguridad de las primeras citas, de no saber cómo estará, si te echará de menos o te mirará con la misma sonrisa de todos los días. Dudas si te esperará para comerte a besos o pasarás discreta y con media sonrisa dirás las buenas tardes. Es esa inseguridad que hace que todas las citas sean especiales, únicas e irrepetibles. Y seguro que será una tarde especial. Nunca es una tarde cualquiera. Quizá hasta te tiemblan las piernas y las rodillas antes de cruzar la puerta