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Miedo, encajes y los botones de mi camisa

Con los nervios del principio y las sábanas todavía revueltas en la cama, apagué la colilla que no tenía más que recuerdos quemados. La apagué y retorcí en la tapadera del bote que un día decidiste que sería mi cenicero. Le apreté hasta dejarla sin ganas, sin fuerzas, sin llamas, sin oxígeno. Sin tener una última calada que me dejara saciada. Y la miré como si estuviera viendo otra cosa. Y quien sabe qué explicación buscaba en cada cigarro mal encendido, cada visita mal programada, cada llamada mal realizada o cada amante mal elegido. Y quién sabe qué buscamos cuando no buscamos nada o en qué nos guiamos cuando nos dejamos llevar. Y quien sabe donde vamos cuando no tenemos rumbo o cómo olvidamos lo que no deberíamos recordar. Subí las escaleras con las mismas ganas de todos los días. Piso cuatro. Segunda puerta. Suelo lleno de pisadas y el barro de la calle. Qué clásica es una historia triste que arranca desde baldosas mojadas. Las paredes recién pintadas no dejaban a la imaginació