Todo llega y todo pasa

Déjame que te sueñe de día y te piense de noche. Déjame que cambie el cuento y te recuerde como entonces. Déjame que elija yo en quien te busco y si te encuentro o no te encuentro. Déjame que ese verano no dure para siempre y que el invierno llegue despacio y sin hacer ruido. Déjame, en definitiva, déjame; que construya yo la historia y la remueva a mi antojo. Déjame.

No he vivido un momento más difícil en mi vida. No me han temblado nunca tanto las rodillas. No he sentido tantas lanzas atravesar mi garganta y tan poca saliva humedecer mi boca como aquel día. No he sentido tanto alivio, y pena, y dolor. No sabía que sería tan egoísta y tan fría. No conocía mis límites ni los tuyos. No sabía que quedaban días, pero si el final de la historia.

Una dulce despedida antes de llegar al final. Una horchata a medias a la hora de merendar y una cerveza, no tan fría como debiera, a las diez de la mañana. Los días son más largos desde este lado y duros desde el otro. Nervios, prisas, decisiones a medias y 'el cuento de la lechera' en mi cabeza. Terminaría rompiendo la tinaja en mis cuentecillos, pero no era capaz ni de tenerla en las manos en la realidad.

No recuerdo las veces que cogí el teléfono esa mañana. Todas las que necesité. Más de las que debía. Quizá lo mismo que volvería a hacerlo ahora. Buscaba aprobación, fuerza o quizá una tranquilidad imposible al otro lado de la conversación. Volví a descolgar el teléfono y pedí ayuda.

Y mientras, jugábamos a que no pasaba nada. Y mientras, fingíamos que éramos felices y pasaríamos el verano juntos. Y hacíamos planes, de cuando yo fuera mayor y tú más todavía. Y mirábamos a nuestro alrededor con la pausa y la calma tensa antes de la tormenta. Y sin decir nada, sabíamos que disfrutábamos de los últimos días juntos. Y nos queríamos, sin tener que decir nada, aunque sabíamos que el amor no era suficiente y no podría salvarnos a los dos. Y veíamos gente a nuestro alrededor. Y éramos capaces de hablarnos sin hablar, aunque el resto estuviera cerca. Y tú más que nadie me dabas esa aprobación, fuerza y quizá la tranquilidad imposible que no llegaba desde ninguna otra parte. Y sabía que todo iba a estar bien, aunque ya no podíamos seguir juntos.

Volví a pedir ayuda por teléfono. Llegó por la tarde. Serena, tranquila, con mirada nerviosa y tacones rojos. Qué importante es ser consejera y llevar la calma entre algodones en el bolso. Nos miramos. Me abrazó. Bebimos otro trago de cerveza y pensé en fumarme un cigarro a medias juntas. Sabía como yo que era el final de la historia y que debía dejar las entrañas en esa habitación. Me enseñó el camino de los sentimientos controlados, las fuerzas apretando el estómago y las lágrimas pausadas.

Y te fuiste sin hacer las maletas y sin recoger tus cosas. Quizá con la esperanza de volver a la que se había convertido en mi cama. Y desde entonces siempre te busco y no te encuentro, aunque intento inventarme historias y momentos y conversaciones entre nosotros.

Déjame que ese verano no dure para siempre y que el invierno llegue despacio y sin hacer ruido. Déjame que me quede en febrero y que pasen los años. Déjame, en definitiva, déjame.

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