Y sonreír por volver a estar ahí
Es como desnudarse por primera vez. Como ponerse nerviosa imaginando qué pasará. Como elegir, pensar, estirar los dedos hasta tocar algo que no tienes delante pero quieres rozar y humedecer los labios para intentar que no se seque la garganta. Qué caprichosa es la literatura cuando te presenta historias bonitas y llenas de finales felices. Y todo parece fácil desde el principio.
Tenía elegida la lencería, la mirada, las ganas y la hoja en blanco en la que escribiría la historia. Tenía elegida la sonrisa y los ojos con los que buscaría los tuyos. Tenía todo pensado, menos lo que no se puede pensar: La respiración, los nervios, las palabras pronunciadas, las veces que te rozaría con mis manos antes de intentarlo. La sonrisa tímida que dibujaba cada vez que imaginaba cómo sería estar entre tus sábanas. Esas que veía en sueños, pero que no me atrevía a terminar de desmontar.
Era de noche. Caían las temperaturas, pero era agradable notar el fresco del ocaso entrar por la ventana. Yo llegaba de comprar eso que se compra cuando el frigorífico está vacío y la ilusión no llega para hacer postres dulces y compartidos. Pensaba en esa cerveza que había escondido en la última leja de la nevera y que pedía acompañarme hasta encontrar a Morfeo. La abrí despacio, quizá con rabia y esa poca emoción de no beberla ni brindarla con nadie. Recuerdo que en un solo trago la dejé pensando en la siguiente.
Estaba nerviosa, emocionada. Chispeante. Veía la vida en neones y tus ganas entre las mías. Volví a coger la cerveza y la apuré en un suspiro. Sujeté el móvil entre mis manos y pensé entre escribirte un mensaje. Sabía que antes o después cruzarías esa puerta y que los días estaban contados para que eso pasara.
Abrí el cajón de los cubiertos y busqué el sacacorchos de los momentos especiales. Hacía años que las copas de vino rebosaban de polvo y nostalgia. Me acerqué al armario del salón y me perdí en los recuerdos que imaginaba tras cada una de esas botellas tintas. Busqué la más cara. La que más quería vivir contigo, o con alguien. Y llegué a la cocina jugando con la pena y melancolía. Cada giro de muñeca, más me apretaban las lágrimas en la garganta. Cada gruñido del corcho en la boca de la botella, más mordía mis labios. Y la descorché como si fuera una noche especial. Y llené la copa. Y la sostuve entre mis manos mientras la miraba detenidamente, mucho antes de llevarla a mi boca.
Y sonó el teléfono y seguidamente el timbre de casa. Entraste y no mediaste palabra. Y me miraste a los ojos y corriste al tocadiscos. Buscaste esa canción que esperabas encontrar y sujetaste la aguja suavemente con tu dedo índice. Sostuviste la respiración. Buscaste el surco del vinilo y dejaste caer el diamante sobre él. Y volviste a buscar mi sonrisa en los ojos. Y volviste a buscar las ganas que ya tenía preparadas. Y me cogiste de la mano casi sin rozarla. Y cortaste mi respiración. Intenté no derramar ni una lágrima pero no pude conseguirlo con los acordes de la siguiente canción sonando.
Y noté que era como desnudarse por primera vez, en cuanto entramos a mi dormitorio. Como ponerse nerviosa sabiendo qué está pasando y cómo serán los siguientes segundos. Como elegir la ropa interior, pensar qué decir, estirar los dedos hasta acariciarte y humedecer los labios mientras te tengo ahí. Qué caprichosa es la literatura cuando tú eres la protagonista, tienes la hoja en blanco, las sábanas revueltas y vuelves a emocionarte con los principios, con las historias bonitas y por contar.
Y estaba volviendo otra vez. Con esos nervios, esa emoción y esas lágrimas en los ojos. Las que no me dejaban seguir sin tragar saliva y sin sonreír por volver a estar ahí.
Comentarios
Publicar un comentario