Si me dices ven, hago la maleta y voy contigo

Llovía demasiado o no suficiente, una nunca sabe cuando la lluvia cae para bien o para mal.

Miré el reloj y como siempre llegaba tarde. Pisé un charco que me dejó los botines llenos de barro. Nada podía ir peor. O sí y que no hubiera acudido. O que se hubiera arrepentido de la llamada. O que no tuviera nada que contarme y sólo fuera yo quien hablara por los dos.

Las gotitas de agua de la cristalera dejaba ver a quien quería dentro del bar. Estaba sentado en la misma mesa de aquel entonces. En la misma postura. Con el mismo perfume que se percibía desde la puerta y aquel que me recordaba a las sábanas de su cama. Dudé si entrar o quedarme fuera. Rápidamente repasé mis ya sucios zapatos, mi camisa, la raya de los ojos y que el pelo pareciera tan desmarañado como si no le hubiera prestado atención. Todo tenía que ser un casual y fortuito acierto. Llevaría su camisa preferida. El collar que él me regalo. La colonia con la que rociaba su almohada antes de irme. Respiré hondo. Puse una de mis mejores sonrisas. Pensé en no pensar, pero eso es imposible. Elaboré una lista de argumentos que sabía que no podría utilizar. Ya todo estaba dicho. Y me puse delante de la puerta esperando que esta se abriera y me dejara verlo.

Levantó la cabeza y acertó a encontrarme. Noté como se me aceleraba el pulso y mi boca empezaba a secarse. Tenía miedo. Angustia. Nerviosismo. Se levanto para besarme. Dos cautos y sinceros besos en cada una de mis mejillas. Un abrazo intenso y palpitante. Esperó a que me sentara para hacer lo mismo.

- ¿Sigues tomando lo mismo?
- Ya no. He tenido que empezar a cuidarme.
- Siempre estarás perfecta.

El camarero miraba cada silencio como si quisiera saber todo lo que nos estábamos diciendo. Nosotros lo mirábamos con la complicidad que ya teníamos. Nadie interpretaba nuestros silencios, nuestras sonrisas, nuestras caricias ni discusiones como nosotros lo hacíamos.

- Un cortado, por favor.
- Que sean dos.

Hablamos, como siempre, de todo y de nada. Familia. Estudios. Proyectos. Y toda la mierda que impedía que fueramos felices para siempre. Nadie se atrevía a preguntar qué pasó, qué pasará o los días que quedaban para no vernos. Era algo efímero o eterno.

Terminé mi último trago de café. Él hizo lo mismo con el suyo. La conversación estaba agotada. Pedimos la cuenta. El camarero dudó quien dársela. Sólo era un mísero papel que marcaba un antes y un despues. Quién lo hubiera dicho. Era más que un comienzo o un camino. Parecía el fin de una era, una época, una vida; un, quien sabe, amor.

Salimos del bar con la misma rapidez que los niños del colegio. Jugamos con las palabras para retrasar un hasta siempre. Y allí, rodeados de tradición y recuerdos, marcamos una hoja en el calendario.

¿Quién pensaría que los días avanzaran siempre hacia adelante?
¿Quién no se ha tomado alguna vez un café que han sido más de dos tragos de ese vicio amargo?


El principio del otoño o del invierno, es buen momento para los recuerdos.
Otra historia de las mias

Natatxa Ávila

Comentarios

  1. seré típico y te diré una vez más que me encanta como escribes
    me ha encantado lo de "Pensé en no pensar, pero eso es imposible." :)

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