Tú pensando en ella y yo pensando en ti

Las paredes todavía rezumaban ese asqueroso olor a húmedo, a vacío, a soledad, a pútrido. El suelo estaba empapado de papeles mojados y enmohecidos. Las puertas, oxidadas, se resquebrajaban en cada empujón. Las rasgadas cortinas filtraban la luz de un soleado día de marzo.

Dejé la maleta al lado de la puerta y salí de aquel círculo de recuerdos sin terminar de cerrar.

Siempre hay un bar abierto. Un bar para los que no quieren tomar nada. Un bar con la suficiente luz como para ver perfectamente a quién tienes detrás tuyo. Un bar de esos en los que puedes jugar con los deseos de tu pareja hasta que entre en extenuación. Un bar para los negocios. Otro, simplemente, para beber cuando lo necesitas.

Eso me gustó de ese lugar, que no había nadie cerca, que no tenía iluminación. Me gustaba que un misterioso halo hacía que los clientes rechazaran la posibilidad de entrar a su interior. Me gustaba que un pequeño farolillo parpadeante iluminara las letras de 'entrada'. Era el bar sin nombre, sin reglas, sin clientes, sin ganas de que yo estuviera allí. Era el sitio en el que encontraría la cerveza más fría de toda la ciudad.

Abrí la pesada puerta mientras saludaba al grosero tabernero. Me tomé todas las cervezas que eran necesarias para olvidar tu recuerdo. Abrí el bolso y, entre facturas y cartas de amor, encontré un billete con el que pagar la cuenta -hoy creo que me cobró todas las cervezas que se bebieron esa noche los borrachos del barrio, no sólo las mías-. Salí de ese antro aturdida y sin saber muy bien a dónde ir. Paré delante del paso de peatones y recordé que me había llevado a abrir la puerta de esa casa.

Me quedé en el portal y miré al fondo de la calle donde sabía que dormías junto a sus ojos verdes. Dudé si acercarme para adivinar alguna silueta tras la ventana. Estaba borracha. Borracha y, quizá, demasiado dolida como para saber que gemías de placer a tan sólo diez metros de mi cuerpo enamorado y destrozado.

Subí las escaleras descalza y agarrándome a los zapatos como si supieran ellos el camino mejor que yo. Cada paso que daba me llevaba más a ti. Cada escalón que subía, diez que bajaba.

Metí la llave en la cerradura y abrí la puerta del asqueroso lugar que había dejado atrás cuando te conocí. Tiré los zapatos, y el bolso y la ropa. Miré en el frigorífico con la esperanza de encontrar otra cerveza, pero estaba vacío. Fui corriendo a la maleta y rebusqué hasta dar con quién me acompañaría hasta las puertas de Morfeo. Cogí al único que era capaz de conocer mis secretos y no jugar con ellos hasta dejarme hecha pedazos. Pasé, tocando el suave botón de inicio, a la única habitación que recordé que tenía un colchón. Me tumbé en la cama y cerré los ojos. Esa noche no serías tú el único que disfrutara; pero tú pensando en ella y yo pensando en ti.

Por las mañanas las cosas se ven diferentes, sobre todo, con un café con leche en la mano izquierda y un ibuprofeno en la derecha.

Comentarios

  1. La virgen Sarita!!! Dime por Dios, que esto es inventado totalmente!... :D lo del botón es un vibrador no???? con un par! jajajjaj
    Ma gustao, ma gustao... xD

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  2. jajajaajjaja!!
    como ya te conté una noche a las 'tantas' de la mañana... todo lo que escribo es inventado, aunque también tiene algo que ver conmigo. Quizá con algo que ni aparece... pero a mi me lo recuerda.
    En cuanto al vibrador... eso depende de cada uno! si lo has pensado es porque, en la historia que tu has leído, aparece! ;)

    Gracias por leerme, rizos!

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