Mi novio de los domingos

Llegan las cinco de la tarde. Te pones los tacones y te pintas los ojos. Siempre negros. Suaves, aunque decididos. Con toda la expresión que tiene la vida y con todas las ganas de ese rato de la semana que te dan las sombras de ojos cuando las combinas a la perfección. Y coges su perfume preferido, porque todos los domingos son para él y te gusta dedicárselos. Te lo pones, y sabes que al llegar te dirá que hueles bien, porque lo lleva haciendo dos años y no debe cambiar nada en esa tarde.

Aparcas el coche y notas esa inseguridad de las primeras citas, de no saber cómo estará, si te echará de menos o te mirará con la misma sonrisa de todos los días. Dudas si te esperará para comerte a besos o pasarás discreta y con media sonrisa dirás las buenas tardes. Es esa inseguridad que hace que todas las citas sean especiales, únicas e irrepetibles.

Y seguro que será una tarde especial. Nunca es una tarde cualquiera. Quizá hasta te tiemblan las piernas y las rodillas antes de cruzar la puerta.

Llamas al ascensor. Esa señora tan agradable que se sienta al lado del interruptor siempre te dará las buenas tardes con sus ojos cariñosos y su sonrisa adorable.

Y si fuera un domingo cualquiera te contaría que estoy feliz.
Te relataría que tengo a los socios más cafres del mundo, pero que me encanta cruzar con ellos mil palabras todos los días, y que si no lo hago, los echo de menos.
Te diría que trabajo mucho y que lo hago con gusto.
Te confesaría que tengo ganas infinitas de ver a Ana, a mi granaína preciosa. Seguro que volveríamos a ver las fotos de mi viaje a Edimburgh y me reprocharías que no hice otra cosa que beber pintas de cerveza y comer a todas horas. Quizá te vuelva a enseñar las fotos del castillo y te explique una y mil veces lo sorprendente que me pareció encontrar todos esos objetos de hace tantos y tantos años.
Además, recordaríamos las bodas preciosas que tuve este año y lo que lloré en ellas. Y seguro que hablaríamos de las que tendré en el 2015 y los vestidos que me pondré en cada una de ellas. Sé que mis novias estarán preciosas y que me emocionaré con ellas, porque ya lo hago. Piel de gallina si pienso en esos días y en verlas radiantes.
Tendríamos que hablar de Fátima, porque me he vuelto a enamorar de ella. La verdad, está como una cabra, pero tendremos que quererla así. ¡Qué remedio!
Repasaríamos lo que está estudiando Elena y lo que se empeña para conseguir su futuro. Seguro que volverías a decirme que es una chica muy amable que te llevó en su coche un día cualquiera, de un mes cualquiera. Te encanta saber qué hacemos en cada uno de los viajes en los que nos perdemos. Y sé que te mueres de envidia de mi viaje a La Maestranza.
Bea, qué importante es para mi. Ha estado en uno de los momento más complicados de mi vida. ¿Lo recuerdas? Creo que si no es por ella, me habría dado un papatús. Además, todos los domingos comentamos lo que trabaja y lo que la echo de menos desde que se ha ido a la capital; aunque más lejos estaba Suiza, y allí que te fuiste hace una porrada de años.
Y dentro de toda la conversación, tendría que decirte que me he enamorado. La pequeña Ana. Es tan preciosa.
Chatearíamos con el Clan por whatsapp y nos grabaríamos audios dando las buenas tardes. Nuestra voz no parece la nuestra, cuando nos escuchamos por ese cacharro.
Nos pondríamos al día de la familia y los abuelos. Repasaríamos a mi familia de Valencia y lo guapos y especiales que son todos.

Y seguro que me inventaría alguna reunión de última hora para salir sin hacer ruido. Pero antes, antes escucharíamos música, bailaríamos un pasoboble de esos que abren las plazas de toros y cantaríamos alguna canción de las que Moly te pone los martes por la mañana.

Y cenaríamos juntos uno de esos manjares de los domingos. De esos que están riquísimos y con los que se te hacen la boca agua.

Pero todo eso lo haríamos si fuera domingo, porque para eso eres mi novio de los domingos.

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