El rincón de los elefantes muertos

Grandes, pesados, torpes, sordos. El rincón de los elefantes muertos se llena de cadáveres nauseabundos como mi cabeza apila toneladas de ideas inertes. Pesadas torres de preguntas sin responder ni realizar; insoltenibles lágrimas que penden de las pestañas sin saber si caer o quedar colgadas; segundos interminables que separan varios días y mañanas dormitadas en busca de príncipes azules y cuentos de hadas. El rincón de los elefantes muertos sostiene el paradigma de la vida: unos nacen y crecen y otros les dejan su sitio.

Hace unos días pensé que tengo ganas de enamorarme; bueno tengo ganas de que me enamoren. De llegar a casa con la cabeza llena de pájaros y el estómago encogido como un acordeón. De perder horas delante de una foto o tardes pasando frío en un parque. De que me respiren en la nuca o sentir el calor de otro cuerpo desnudo. Pero como los elefantes muertos, se sostiene el paradigma de la vida: uno no se enamora cuando lo quiere ni le enamoran cuando lo necesita.




Tengo tantas actualizaciones pendientes que hoy actualicé con un texto infumable de los míos. Seguramente no hubiera sido capaz de empezar a hablar de Ágora, La Cruda realidad (2 películas que ví hace un par de semanas en la "gran pantalla") o mi fabuloso viaje a Barcelona si no hubiera explotado hoy con este texto.

Pajas mentales, que piensa mi hermano cuando le insistó en que necesito que escuche ese barullo de palabras.

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