Cuento de Navidad

¡Qué típico es escribir un cuento de navidad apelando al buen hacer y los mensajes solidarios! ¡Qué fácil es redactar por la paz, por los niños de la calle o por navidades perfectas! ¡Qué sencilla es una Carta a SS.MM. Los Reyes de Oriente en la que no aparezca nada material pero sí imposibles para el mundo y para nosotros mismos!

Hace muchos años que dejé de mandar cartas a Oriente; no sé si eso significa que hace muchos años que dejé de creer en la Navidad. ¿Es algo más que comer turrones?, ¿que compartir cenas con gente que no lo harías nunca?, ¿que comprar regalos caros?, ¿que aparentar una felicidad que no existe? ¿Sirve de algo el muérdago encima de la puerta de entrada a casa? ¿Tengo que comerme doce uvas en un minuto como si fuera a morir si no lo hago? ¿Necesito llevar ropa interior roja o celebrar el fin de año como si fuera la noche más mágica del mundo? ¿Tengo que sonreir cuando una docena de niños vienen a casa destrozando villancicos? ¡Sí, que para eso es Navidad!

No sé cuando dejé de poner agua para los camellos (creo que todavía lo sigo haciendo); pero ya no espero que tres señores milenarios entren por la ventana con decenas de regalos. Imagino que sólo deseo continuar con una tradición.

El año pasado ví "Polar Express". ¡Eso sí era una Navidad ideal! Terminé de ver esa película_de_niños con mi madre y lágrimas en los ojos (nada a destacar, somos las dos muy lloronas). Y descubrí que yo escuchaba el tintineo de los cascabeles de Rudolph y compañía; y eso me hacía pensar, o significaba, que creía en la Navidad. Era un 5 de enero. Limpié mis lágrimas y salí corriendo a la calle con la idea de comprar un cascabel.

Al día siguiente, al lado del árbol del salón, había un paquetito para mi madre. Era ese pequeño cascabel amarillo que la tarde de antes nos había tenido enganchadas al televisor. Ella sí que cree en la Navidad. Yo quiero creer en la misma Navidad que ella: en la de la ilusión, en la infantil, en la de poner agua para los camellos, en la de liar pequeños regalos, en la de llevar ropa interior roja y oro en el cava, en la de las doce campanadas.

Y no pretendo escribir un cuento de Navidad para la paz mundial porque dudo mucho que tres párrafos míos puedan conseguirlo (ójala). Quiero escribir por mi Navidad, la de mi gente, la de la gente que quiero. Y despertarme el Día de Reyes para salir corriendo en busca de mi Nenuco o mi Barriguitas. Y mirar por la ventana pensando: Hasta el año que viene, Reyes de Oriente.

¡¡¡¡Feliz Navidad!!!!

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