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Y sonreír por volver a estar ahí

Es como desnudarse por primera vez. Como ponerse nerviosa imaginando qué pasará. Como elegir, pensar, estirar los dedos hasta tocar algo que no tienes delante pero quieres rozar y humedecer los labios para intentar que no se seque la garganta. Qué caprichosa es la literatura cuando te presenta historias bonitas y llenas de finales felices. Y todo parece fácil desde el principio. Tenía elegida la lencería, la mirada, las ganas y la hoja en blanco en la que escribiría la historia. Tenía elegida la sonrisa y los ojos con los que buscaría los tuyos. Tenía todo pensado, menos lo que no se puede pensar: La respiración, los nervios, las palabras pronunciadas, las veces que te rozaría con mis manos antes de intentarlo. La sonrisa tímida que dibujaba cada vez que imaginaba cómo sería estar entre tus sábanas. Esas que veía en sueños, pero que no me atrevía a terminar de desmontar. Era de noche. Caían las temperaturas, pero era agradable notar el fresco del ocaso entrar por la ventana. Yo llegaba...

Todo llega y todo pasa

Déjame que te sueñe de día y te piense de noche. Déjame que cambie el cuento y te recuerde como entonces. Déjame que elija yo en quien te busco y si te encuentro o no te encuentro. Déjame que ese verano no dure para siempre y que el invierno llegue despacio y sin hacer ruido. Déjame, en definitiva, déjame; que construya yo la historia y la remueva a mi antojo. Déjame. No he vivido un momento más difícil en mi vida. No me han temblado nunca tanto las rodillas. No he sentido tantas lanzas atravesar mi garganta y tan poca saliva humedecer mi boca como aquel día. No he sentido tanto alivio, y pena, y dolor. No sabía que sería tan egoísta y tan fría. No conocía mis límites ni los tuyos. No sabía que quedaban días, pero si el final de la historia. Una dulce despedida antes de llegar al final. Una horchata a medias a la hora de merendar y una cerveza, no tan fría como debiera, a las diez de la mañana. Los días son más largos desde este lado y duros desde el otro. Nervios, prisas, decision...

Miedo, encajes y los botones de mi camisa

Con los nervios del principio y las sábanas todavía revueltas en la cama, apagué la colilla que no tenía más que recuerdos quemados. La apagué y retorcí en la tapadera del bote que un día decidiste que sería mi cenicero. Le apreté hasta dejarla sin ganas, sin fuerzas, sin llamas, sin oxígeno. Sin tener una última calada que me dejara saciada. Y la miré como si estuviera viendo otra cosa. Y quien sabe qué explicación buscaba en cada cigarro mal encendido, cada visita mal programada, cada llamada mal realizada o cada amante mal elegido. Y quién sabe qué buscamos cuando no buscamos nada o en qué nos guiamos cuando nos dejamos llevar. Y quien sabe donde vamos cuando no tenemos rumbo o cómo olvidamos lo que no deberíamos recordar. Subí las escaleras con las mismas ganas de todos los días. Piso cuatro. Segunda puerta. Suelo lleno de pisadas y el barro de la calle. Qué clásica es una historia triste que arranca desde baldosas mojadas. Las paredes recién pintadas no dejaban a la imaginació...

Por algún escondite de las sábanas

Me desperté a media noche. Últimamente todas las noche me suelo desvelar dos o tres veces y recorro la cama a ver si te encuentro por algún escondite de las sábanas. Me desperté a media noche y mi cuarto todavía seguía oliendo a incienso. Azahar y jazmín. Esa combinación perfecta que me recuerda, también, a tu cama perfecta. Me desperté a media noche e intenté relajarme de nuevo y volver a conciliar el sueño rápido. No debería dar demasiadas vueltas antes de pisar la tierra de Morfeo o me marearía de recuerdos y de preguntas sin respuesta. Me desperté a media noche y no me faltaba nada en mi cama, salvo tu cuerpo desnudo, tus manos grandes y tus pies descalzos y cálidos. Fui a la cocina y abrí el frigorífico. Había prometido mil y una veces que no volvería a quitar ese corcho a media noche para llenarme una copa de vino por encima de lo permitido, pero las promesas están para no cumplirlas, mucho más si acabas de despertarte de un sueño con la temperatura muy por encima de lo que est...

Hablemos del amor

Hablemos del amor. Hablemos como se hablar del amor: Despacito, suave, con cariño y con pasión. Hablemos del amor y contemos historias bonitas que viven los enamorados. Esas que emocionan, esas que dan envidia, esas con la que dejas caer pequeñas lágrimas o con las que notas que dentro de ti algo se mueve. Esas con las que sigues creyendo en que las personas bonitas existen y se cruzan, y se encuentran, y se viven y se quieren. Esas que te hacen que sigas creyendo en el baile de las mariposas en el estómago y con las que piensas que todavía son buenos tiempos para los soñadores. Esas que te demuestran que de momento sólo ha sido mala suerte o no estar en el lugar adecuado. Era un día cualquiera. Tan cualquiera como que no tenía nada de especial. Me levanté despacio de la cama para no despertarle, le arropé y salí de la habitación lo más rápido posible. Mientras preparaba el café y encendía la radio, no dejaba de mirar a la puerta y pensar que era la mujer más afortunada del mundo. No...

Siempre

No me pondré melancólica en estas fechas. No voy a hacerlo. Siempre he pensado que las Navidades están para recordar viejos polvos. Volver a llamar a los ex. Preguntarles por cómo les va con aquellas mujeres que eligieron antes que a mi, si es que todavía siguen con ellas. Las Navidades son buenas fechas para beberse con ellos dos gintonics en cualquier bar a media luz e intentar congelar los tiempos en los que nadie ha cambiado y todos seguimos igual. Y flirtear, si fuera necesario hacerlo. Qué recurrentes son las emisoras de radio, los programas especiales en los que una gran familia se sienta entorno a la misma mesa y cantan canciones absurdas que hablan de parejas, de amor, de regalos y de futuros maravillosos y estupendos. Y qué recurrente soy yo. Y qué poco original. Últimamente pienso demasiadas veces que debería profesionalizar mi sabiduría ante el vino, sus cosechas y las ganas de que llegue cualquier excusa barata para descorchar una botella; independientemente de los comen...

El maldito segundero del tiempo

Llovía como siempre llueve en estos meses del año. Esas gotitas que dan un aspecto romántico a las calles, esas luces chispeantes y brillosas, esas baldosas mojadas, esos caminos interminables. Las primeras chimeneas que empiezan a ahumar los cielos. Esas persianas bajadas a las ocho de la tarde y esas cenas rápidas y ligeras para irse a la cama, no con el estómago vacío. Esas llamadas de cariño mientras te recoges entre las sábanas y las otras de socorro, cuando el cariño no es suficiente para llegar al siguiente día. Esas y otras músicas que marcan la llegada del invierno. Esas y otras sensaciones cuando por alguna razón, recuerdas como eran otros inviernos. Siempre terminaba haciendo la misma llamada, porque siempre sabía que me iba a contestar al otro lado del teléfono. Y siempre sabía que si buscaba dónde acurrucarse, encontraría unos brazos deseosos en los míos. Quizá, por terquedad, habíamos conseguido ser los perfectos amantes. Lejos quedaron las torpezas del comienzo, el a...